¡Bienvenido!

"Siente el océano de sombras, escucha las melodías del viento, y deja que el arrullo de las estrellas te envuelva con su manto de misterio."

viernes, 30 de diciembre de 2011

Ha pasado tanto (o tan poco) tiempo, que ya no sé de medidas. Me siento en el banco de cemento, y la vida pasa ante mis ojos. Poco a poco la niebla me devora, me asfixia en su marea. No hay nadie, sólo escucho un ave oscura volar a lo lejos, se aproxima. El ave se ha sentado a mi lado. Ya era hora de espantarme, en medio de este sinsentido, de esta cortedad del sentimiento ambiguo que me cobija, que me atrapa en su cuerpo. Ese sentimiento de dejar volar lo que yace dentro, sólo porque no me pertenece, y nunca lo hará.

Es que, me sobreviene el pensamiento de que ese amor es en sí libre, si no, no se podría llamar amor. Pero también, me atormenta cortar el nexo con mi interior, desde donde suele nacer, cuando quiere. Ya no depende de mí, es libre, y yo le di alas para que volara, no para que se quedara toda la vida en frente mío, viéndome a la cara, con los ojos aguados, o con la cabeza agachada, de pena y angustia.

Pero creo que la vida es eso; no tener, no amansar esperanzas, no aferrar ilusiones de arena, y nunca perder la cordura, así estés sentado en un banco de cemento, con un ave oscura a tu lado, revelándote todo lo que nunca imaginaste como real, en un mundo de falsos y sinsentidos. De nuevo puedo respirar, el sol de la mañana ha despejado mi camino, y la niebla retornará... no por ahora.

Natalia Duque.

martes, 27 de diciembre de 2011

ÉL (el original)

Me fumo un cigarro, de los que no tienen filtro, ni mezclas raras de alquitrán con otros venenos. Mis labios aprisionan suavemente, aspiro, siento cómo se llenan mis pulmones, y una leve picazón en la tráquea. Dos, tres, cuatro, y ya no puedo seguir aspirando. Comienza mi día, sin mayor novedad. El árbol que está afuera de mi ventana, se ve más verde que otros días, y caen algunas hojas, planeando con gracia hasta mi ventana.


Quedó en venir esta tarde. Después de arreglar el desorden, tomo un baño de agua caliente que me relaja, aún más. Mi tranquilidad en la ducha se ve interrumpida por una llamada. Seguro es él.
-¡Mamá!... sí claro, nos vemos el fin de semana y te llevo el saco que me prestaste... no, no te preocupes, estaré bien, gracias... ok, te amo... adiós. -



Ya seca, me quedo desnuda un rato, escuchando música y acariciando al gato. Me gusta la conexión que tengo con mi gato, es tan dulce y tranquilo, casi como yo, siempre enrolla su cola entre mis piernas, y me mira con ojitos aguados para que lo mime, hasta que lo consigue, en la mayoría de ocasiones. Pelo gris, ojos verdes, pupilas cósmicas. Lo amo.  


Me habré quedado dormida en el sofá, cuando una llamada me despierta. Ahora si es él.
- Ok, te espero a las 5. Bye.-  Me termino de arreglar, unos jeans gastados, esqueleto negro, y los tennis de siempre, azul aguamarina y fucsia. Son las 5 en punto, y miro la puerta, esperando que en cualquier momento golpee. Pasan los minutos, el humo sale de mis fosas nasales. Una nube densa cubre ya la sala de estar. Me sumerjo lentamente en mi nube, sin lluvia. Cuando abro los ojos, me encuentro en medio de una oscuridad sepulcral, con el gato en mis piernas. Son las 9 pm. Y nunca llamó, ni vino, ni escribió. Debió pasarle algo. Entro en angustia, tengo un mal presentimiento, de esos que maceran los sesos hasta doler mucho. Camino por el apartamento, hasta que me decido a llamarlo, pero no contesta. Me pongo un abrigo, y salgo a buscar un taxi. Hace frío afuera y mis manos tiemblan.



!Que piense lo que quiera¡  El desespero me atormenta, pero sí !Que piense lo que quiera¡
Cuando llego a su casa, está todo en silencio. Toco la puerta. Me abre, es él. Tiene un semblante como de tristeza, de enfermedad física, y del alma.

-Me quedé esperándote, he estado muy preocupada ¿Por qué no fuiste, ni llamaste ni...?- 
-Lo siento, es que...  mejor sigue y te cuento-


Entramos, y me senté en una de las sillas del comedor. Me sirvió café y se sentó junto a mí.
-Tengo algo que decirte- A sus palabras las siguió un silencio sepulcral. Me quedé mirando fijamente hacia el corredor que conducía a su habitación, desde mi puesto, inmóvil, pero no miraba al vacío, sino a la dama que venía "levitando" hacia nosotros, envuelta en mi levantadora blanca. Y en ese instante comprendí todo.

Cerré los ojos, respiré profundo, y desde ahí se me borró la película... hasta hoy, que recordé todo.


En la cocina , en el lavaplatos, había un cuchillo enorme, que vi al quitarle la vista de encima a la bella dama. Era una lástima, pensar en tanta belleza, desperdiciada. Me paré rápidamente, y él tan sólo me podía mirar, con la taza de café en su mano, y la otra empuñada, tal vez de nervios. Ella se quedó inmóvil, con cara de estupefacción, cuando me vio levantarme en dirección al lavaplatos. Cuchillo en mano, qué cara bonita, cuerpo delgado, mediana estatura, un poco inferior a la mía, 1.65 tal vez. El filo de acero inoxidable resplandeciente. Él sentado, ella de pie, yo caminando rápidamente. Un paso, dos pasos, tres pasos... ella da reversa un paso, dos pasos. Yo sigo, cuatro pasos, cinco pasos...


Mi mano derecha se ha sabido incrustar en el medio de sus divinas tetas, con algo de dificultad, por la poca fuerza. Una puñalada; el cuchillo resbalando hacia dentro en un corte impecable, salpicando de su sangre mi levantadora, y un poco mi cara. Embadurnando mi mano. El cuchillo resbala hacia fuera con destreza. Dos puñaladas; el cuchillo penetra su abdomen, más suavemente que el tórax, y sale más sangre, mucha sangre, arruinando mi levantadora. Tres puñaladas; ella sigue inmóvil en frente mío. La abrazo a mi cuerpo, y mueve sus brazos temblorosos, en un gesto ridículo de impotencia. ¡Agítalos, imbécil, a ver si así te salvas! El cuchillo entra por su espalda en el costado derecho, cerca de su riñón... chorros incontenibles de sangre.
Con los ojos bien abiertos, se lleva las manos a las heridas y me mira a los ojos. 


Todo ha pasado tan rápido que, para cuando él me ha alcanzado, ya es demasiado tarde. Con sus brazos se abalanza sobre mí, sin poder hacer nada, porque YO, yo tengo el cuchillo. Ella cae al suelo, y se acurruca... sólo puedo pensar en mi levantadora. Le hago el quite, y cuando alcanza mi brazo izquierdo... ¡Cuatro puñaladas!; el cuchillo se ha ensartado en su cuello, en alguna arteria importante. Intenta decir algo que no comprendo, la mira a ella, me mira a mí, y cae al suelo de rodillas.


Era tarde en la noche, y estaba muy oscuro. Mi apartamento no quedaba muy lejos de allí. Me preparé un cigarro antes de salir de ahí, y me fui tranquilamente, fumando todo el camino, a pie. Necesitaba aire fresco y nocturno. Mis labios aprisionan suavemente, aspiro, siento cómo se llenan mis pulmones, y una leve picazón en la tráquea. Dos, tres, cuatro, y ya no puedo seguir aspirando. Termina mi día, sin mayor novedad. El árbol que está afuera de mi ventana, se ve más oscuro y deshojado que otras noches, y siguen cayendo las hojas, planeando con gracia hasta el pavimento bajo mis cansados pies. El gato me mira desde la ventana, dulce y tranquilo, como yo.




Natalia Duque.

lunes, 26 de diciembre de 2011

BAD DREAMS III

Historia de Liz Santacruz. Redacción de Natalia Duque.

Estoy muy cansada, no sé por qué. Bueno, lo sospecho en realidad. Me dejé seducir por sus encantos masculinos, esa sonrisa perfecta, ese abdomen cuadriculado, su cabello oscuro, sus ojos profundos, oscuros también. Olvidé lo que es tiempo, las dimensiones del espacio, sólo los dos entre sábanas de seda, en medio de un arrebato ardiente de lujuria. Ese “camino de la felicidad” en su abdomen, que conducen a… bueno, es obvio, a la auténtica felicidad, ¡Me enloquece! Es perfecto, aunque la humedad del sudor en todo mi cuerpo empieza a incomodarme. Tomaré un baño. 

Las luces de la mañana escasamente se ven a través de las cortinas. Es un cuarto de hotel, más bonito que los que visité antes. Son cortinas finas, y el techo tiene una decoración en drywall muy bonita. Apenas abro los ojos e intento aclararme la vista, me estiro, y me saco la pereza. Estoy completamente desnuda, y siento un leve frío en todo mi cuerpo, refrescante. 

Me incorporo con desgano, quisiera quedarme aquí toda la vida. Cuando aclaro mi vista, voy a levantarme, pero… Una sensación de asco y terror invade mi pensamiento, y mi cuerpo se contorsiona en gesto nauseabundo. El charco de sangre en el piso tiene al menos cinco centímetros de profundidad. No puedo, no puedo levantarme. Me quedo sentada en la cama, miro en todas las direcciones tratando de examinar con desespero la situación. Miro hacia el baño y veo la escena, tal vez, más espantosa de mi vida: Un pie, intestinos y tripas, dos brazos… un horror asquiento, vomitivo, invade todo mi ser. Sudo de nervios, frío, y no sé qué hacer, si moverme, gritar… ¡Ayuda! ¡Ayuda! -¡Despierta! ¡Cómo puede ser que sigas durmiendo! ¡Despierta!-.

No puedo comprender nada, no entiendo, esto parece una pintura abstracta, incomprensible. Las paredes exhalan hierro, y todo a mi alrededor grita, dando vueltas sobre mí. Me quedo inmóvil, no sé por cuánto tiempo, hasta que logro despertar de mi letargo inconsciente.

Él no voltea, yace inmóvil, en su perfección escultural. Frío y tranquilo. -¡DESPIERTA!- Lo muevo con desespero, con miedo de llegar a aturdirlo por el estado sereno en el que se encuentra, pero… 

Él, no despertará, nunca más. Su serenidad es por siempre, eterna.

Caminantes


Camina suave junto a mí
que el bullicio de tus pasos no despierte las memorias
que arrullan los brazos de Morfeo.


Camina lento a mi lado
que no escuchemos las hojas quebrar
bajo tus pies, paso tras paso.


Toma mi mano, mi brazo
y guíame en tu sendero, sin ruta
por las líneas de nuestras palmas, juntas.


Riza mi pelo, el viento
mientras caminamos por el valle
de nuestras aguas calmadas.


Camina junto a mi
en silente camino.

Natalia Duque.



Cerrar los ojos (otros ojos)

Segunda parte por Nikolai Ortiz. 




Persecuciones, masacres, muerte, abismos, perros negros con ojos rojos, y ese tipo de cosas, era lo que siempre me aguardaba a la hora de ir a dormir. Hasta que un día, saliendo de la casa de un amigo, entré a la tienda de la esquina a comprar un jugo y rendirme nuevamente a la tentación del tabaco en un cigarro, quizás barato, para irme luego a casa a dormir. Me topé con esta niña algo extraña, quien me tocó el hombro para indicarme que me le adelanté en la fila para pagar en la caja. Tenía esa piel tan suave y esa sonrisa tierna que me recordó, de alguna forma, la extraña inocencia que no veía hace tiempo en esta gris y pasada por agua ciudad. No pude evitar sonreírle y dejar que pasara primero, invitándola con un gesto amable que luego me provocaría algo de vergüenza al recordar.

Me dirigí a una estación a esperar que me llevara junto a mis sueños y ese recuerdo a mi casa. Al llegar encendí el cigarro y destapé el jugo, el humo me sumergió en una niebla gris que lentamente me envolvió en un sopor enorme. Apagué el cigarro en donde pude y me dejé caer en el sueño de esa noche sin haber terminado el jugo, que se derramó en el suelo líquido de mis sueños.

Allí estaba en esa calle gris una vez más, bajo esa extraña lluvia, el frío me hacía tiritar y solo podía caminar sin un destino. En lo lejos pude divisar ese prado que se perdía en unas hermosas colinas de distintos colores. Me sentí atrapado en un cuadro de Monet mientras corría en busca de esa hermosa visión, y la vi en ella, la chica distante de esa tienda creando ese paisaje, tan hermosa y, no sé porqué pero grité – Verónica, ¡Verónica! – al cruzar el límite de mi ciudad gris y su fresco prado, mi cuerpo estaba seco lleno de un calor abrigador, mi ropa era blanca y fresca, me acerqué a ella –Verónica, por fin –


Me desperté esa mañana con ese sueño envolviendo mi mente, me arreglé tan rápido como pude y marché de prisa al lugar donde la había visto. Tomé de nuevo el bus para que me llevara, a mí y a mis deseos; me bajé en la parada, respiré profundo, me senté un instante, cerré los ojos y al abrirlos allí estaba ella, le sonreí de nuevo  -Te estaba esperando. He esperado por ti mucho tiempo, Verónica –.



Algún impulso nos llevo de vuelta a mi apartamento. La vi sentarse en el sofá con cierta timidez pero también llena de una curiosidad increíble. Tomé un viejo disco con la sonata Claro de luna de Beethoven, esa pieza me llena de sentimientos y me transporta a esa ciudad gris de mis sueños, quería que también me llevara al prado donde soñé con ella. Me senté a su lado y acaricié su suave rostro la miré a sus hermosos ojos y le dije -No sé cuándo es demasiado pronto para amar- Me respondió -Tal vez nunca es demasiado pronto-.

domingo, 25 de diciembre de 2011

Cerrar los ojos

Persecuciones, masacres, muerte, abismos, perros negros con ojos rojos, y ese tipo de cosas, era lo que siempre me aguardaba a la hora de ir a dormir. Hasta que un día, llegando a casa de la universidad, entré a la tienda de la esquina a comprar un paquete de papas fritas y un dulce para comer antes de irme a dormir en la noche. Me topé con un hombre joven, de unos treinta años, que se me adelantó en la caja para pagar antes que yo, sin haberme visto. Toqué su hombro con delicadeza, como quien no quiere herir susceptibilidades, y le dije que me permitiera que yo estaba en la fila. El hombre me miró fijamente, con un gesto tierno en su mirada, como paternal, y sin hablar, con una sonrisa, me hizo una señal con la mano para que siguiera. 

Me comí las papitas, y el dulce, lo metí en mi boca, sintiendo cómo se deshacía lentamente. Me recosté en la cama, sin zapatos, y solo me cobijé con una de las mantas, enrollada en ella y de medio lado, con la mano debajo de la cabeza. Cerré los ojos, y empecé a ver unas luces púrpuras, azules, en medio de la oscuridad tras mis párpados. Sentí una sensación agradable, mis pies estaban calientes, y mis manos también. Me fui internando en la espesura de aquellas luces.

Caminando, llegué a un punto donde las luces se habían tornado en iluminación blanca. Todo era claro, estaba en un prado inmenso. La vista hacia el frente eran unas colinas, muy verdes, en distintas tonalidades, y a mi izquierda había un bosque de abetos, enormes.
Una voz dijo mi nombre a lo lejos.  "¡Verónica! ¡Verónica!"   Volteo hacia atrás, vi alguien corriendo. Era un hombre, todo vestido de blanco. A medida que se acercaba más, mi pulso se aceleraba. No estoy segura de cuánto tiempo transcurrió en ese instante, porque empecé a ver todo en slow motion. Él repetía mi nombre y cada vez lo escuchaba más fuerte y claro.
Cuando estuvo a un par de metros:  ¡Verónica!  ¡Por fin!  Era él, con la misma sonrisa amable del día anterior.

Voy en el bus camino a casa, de nuevo. Me bajé. Tan pronto como puse los dos pies en el pavimento, lo vi. Estaba de pie, con la misma ropa que tenía en el sueño, todo de blanco. Me sonrió.  -Te estaba esperando. He esperado por ti mucho tiempo, Verónica-.
Un impulso sobrenatural me empujo hacia él. Terminamos en su apartamento.  Me senté en un sofá grande. El ambiente era herbal, allí se respiraba paz. Puso un Long Play en el tocadiscos, y sonó una canción, Claro de Luna de Beethoven, la preferida de mi padre y mía, cuando yo era muy pequeña.
Las lágrimas se desbordaron, rodando copiosamente por mis mejillas, pero en silencio. En el instante que se sentó a mi lado, y acarició mi rostro, sonrió de nuevo, y supe que era él.  Lo abracé.
Me dijo: “No sé cuándo es demasiado pronto para amar”.  Y yo:  "Tal vez nunca es demasiado pronto".


Natalia Duque.

sábado, 24 de diciembre de 2011

Si poder, pudiera



Si poder, pudiera, tocarte con las manos
subirte hasta los astros, y dormirte en cuartos crecientes;
Te arrullaría en brazos lunares,
en cálidos noctámbulos destellos crepusculares. 




Mi melancólica noche...


Pudiera yo, tan solo tu rostro contemplar,
de tus respiraciones estelares embriagarme,
en tus violáceas luces eclipsarme.




Si tan sólo, yo pudiera a ti hablarte.
Con mi cuerpo y mis brazos estremecidos
en tu ausencia,
vuelan lejanas, las aves desde mi ojos
hacia tu oscuro vientre, infinito.




Si poder, pudiera
la sonoridad de mis cantares, lindar con tu vasto silencio
tú de pronto, quisieras escucharme.


Apagaría la luz de mis ventanas
para buscarte un firmamento,
en mis senderos desnudos
del sueño más vivo.





Natalia Duque.

¿Feliz Navidad?


... Y ¿qué es eso?
Esa historia del cumpleaños de alguien que nunca conocimos... ¡ajá!   Bueno, a mí francamente eso me tiene sin cuidado. Tantos Diciembres que he pasado, y hasta ahora nadie cambia, todos siguen siendo iguales, así que COMPREMOS PARA REGALAR, bebámonos Bavaria y media, quememos pólvora sin importar las consecuencias, que eso el niño Dios tal vez nos traiga la salud que estúpidamente descuidamos y exponemos, pero lo esencial es comprar, no lo olviden. Que es una época para pasar en familia, sí, y hacer de cuenta que todo es perfecto :D  de una!  Yo me apunto, así como todos los días de mi existencia, que son básicamente la misma dinámica (excepto cuando viene visita), ahí debe ser aún más perfecto.

Es la excusa perfecta para hacer aseo en toda la casa, a profundidad, mucha profundidad. No es que en otros días del año no se haga, si no que, viene mucha gente, entonces toca recoger el reguero que todo el mundo deja, limpiar lo que todo el mundo ensucia, etc.
A mí lo único que me emociona del festivo, es que no me toque trabajar. Aclaro, no es que yo trabaje, no tengo ahora, pero si me tocara, echaría muchas más maldiciones que de costumbre, porque el tráfico es una porquería y me da mareo en los buses, a veces en los taxis también. Y es que, hay que ver, que los taxis por esta época son unas conchas, no quieren recoger a nadie...  ¡qué tal no tuvieran trabajo!  Y todo el mundo quejándose porque no hay plata para los regalos. 
Ahora, otra de esas reuniones familiares, que la única sensación que provocan en mí, son ganas de ir a dormir temprano. No es que no quiera a mi familia, lo que me da algo de náuseas, es el hecho de esperar una década para que algo así suceda, esperar que estemos reunidos en una funeraria para poder encontrarnos, o esperar que alguien limosnee cariño a aquellos que escasamente voltean a ver de cuando en vez.   Para eso sirven estas fechas, para recibir las limosnas afectivas de los demás.   
Reconsiderando algunas de las situaciones anteriores, lo de beberme Bavaria y media, no es tan mala idea. Aunque, confieso, me gustaría estar sola, o con un par de amigos que extraño mucho. Si a mi mamá le gustara la bebida y algunas otras cosas, la invitaría...

El año nuevo es diferente, de este año en adelante... ¡Ahora no tengo plan! Los años anteriores, desde el 2005, siempre hubo algo que hacer, porque tenía compañía sentimental. Pero este año decidí dejar de lado ese mal hábito, así que no tengo plan para el primero de Enero. Eso es bueno, porque casi cualquier cosa podría ocurrir, y considerando que la rutina aburre, buscaré cualquier cosa que hacer, con cualquier persona que quiera hacer cualquier cosa.  ¿Alguien sin oficio que se me quiera unir a la aventura?

Este post no era para desear felices fiestas... ¡Pa'l carajo!  Tampoco para buscar plan, eso es opcional. Es que tenía que desahogarme de algún modo. ¡Saludos a quienes leen esto!


Natalia Duque.

viernes, 23 de diciembre de 2011

¿Encontrar o Reencontrar?



Debo haber vivido muchas vidas, en muchos cuerpos diferentes, para llegar al punto en el que hoy me encuentro. Aquí, de pie, frente a ti, abrazando tu hermoso espíritu. Y no es casualidad, no puede serlo. Porque seguramente, has vivido muchas vidas, en muchos cuerpos diferentes, para llegar al punto en el que hoy estas, en mis brazos.
Puede ser, también, que hayamos vivido en muchas formas; animal, planta, elemento. Pero yo me inclino más por la idea de personas, de almas que se buscan sin importar los límites del espacio y del tiempo.
Podrán haber sido muchas generaciones, pero algo esencial trasciende cualquier barrera, y eso es el alma, con todas sus infinitas transformaciones.
Y si regresamos a lo corpóreo, el designio divino hasta aquí nos trae, juntos de nuevo, porque así debemos estar. 
Cuando estás cercano, parpadeo, y veo tantos pasados que desconozco, y en todos estamos así, abrazados, con un paisaje diferente cada vez. Sé que somos nosotros, porque en mis visiones, tú siempre me dices lo mismo: "Siento que te estoy conociendo con sólo abrazarte. Es como si nos conociéramos desde muy pequeños"
Cuando me voy, siento que por fin me has encontrado. No importa cuánto haya durado, lo importante es que, cada paso que dí hasta hoy, ha sido para encontrarte, para escucharte decir esas palabras. Y viviría muchas vidas más, para volver al mismo punto, con la esperanza y la suerte de que alguna de esas veces, tendré la valentía de decirte cuánto te he amado desde hace tanto tiempo.

Natalia Duque.

martes, 20 de diciembre de 2011

Nada y nunca



A veces quisiera abarcar todo mi pensamiento en un renglón. Es insípido ese sentimiento, porque nunca llega a nada, y cada preocupación, cada lágrima se derrama pero en reversa, hacia lo más profundo del “no me acuerdo, ni me acordaré”. Entonces todo se me pierde en totalidades dolorosas: nunca más, jamás, siempre, hasta la eternidad. O, a veces, en cursilerías que no olvido: en mi corazón, en mi mente, hasta el tuétano de mis huesos.
Pero nada de eso ocurre, en este caso, nunca. Entonces nada y nunca se convierten en mis refugios favoritos, aunque sean totalitarios y, para algunos, algo mezquinos. Para mí, el recuerdo es aún más mezquino, no tiene límites, no se involucra sentimentalmente con el individuo que le posee, simplemente llega y se va cuando le antoja. Uno se queda pensando sólo, sufriendo sólo, devorándose los segundos, sólo. El recuerdo no tiene miedo de llegar e irse, además en cada individuo, tiene una libertad de permanencia diferente. En mi, es descomunal.

A veces me veo sumergida en un montón de sinsentidos... y antes de dormir, llorando, el último pensamiento que me aviene es que nada tiene sentido nunca, y entonces puedo dormir.




Natalia Duque.

domingo, 18 de diciembre de 2011

NUMEN


Esta es mi oración, mi "Numen"


Paralda:
Trae a mí tus esencias, tus aromas de verdes prados;
Dame alas de mariposa para navegar en ti.
Caricia protectora que abrirá mis poros,
mis auras calladas por ti hablarán.
Deja que escuche tus voces,
tus ecos en mi interior,
Y doblega mi espíritu en tu abrazo.

Djin:
Devela la forma de lo incierto ante mis ojos.
Luz ardiente de rojo atardecer,
Devora mis cenizas en místicas pasiones
y moldea mi esencia, mi ánima
a la luz de tu verdad.
Arde en mis ojos, habla en mi piel;
Sé mi estandarte, inquebrantable.

Nicksa:
Abre mi cosmos, revela mis sueños;
Hazme entender lo que yace en tus profundidades.
Conviérteme en instrumento del pensamiento
y condéname al eterno amor de todas las cosas.
Dulce lubricidad del alma,
yo te respiro, te hablo, me sumerjo
En tu claro néctar de vida.

Ghob:
Madre, acógeme en tu lecho
en tu espina dorsal de adormideras,
quiero ser el brazo que se extiende desde ti
hasta el universo.
Dame todas tus horas, todas tus eras
para reencarnar en ellas, y ser,
palmo a palmo, tu verdad, tu fiel vástago.


Natalia Duque.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

Voz y suspiro


A veces quisiera olvidar lo que soy, la materia. Meter el espíritu en un frasco de vidrio, vacío, para ver el ectoplasma retorcerse, y acomodarse, agrietarse y volverse a unir.
Que me lleves a cuestas, en un bolsillo, subir una montaña aferrada a tus paredes resbalosas, y que me sostengas, sin dejarme nunca caer.
Ser aroma a noche fría, a calles embarradas. Luz de luna, brillar en tus párpados cerrados. Que me descubras y encontrarte, o reencontrarte/nos. 
Reincorporarme en tu carne, en tus fibras más humanas y sensibles. Desdoblarme en ti, trascendernos. Despertar una mañana en tus ojos, y después morar por siempre en ellos. Ser melodía en tu silencio, lo que tus labios no pueden decir. El aire arremolinado en tus pulmones, en tu garganta. Tu nombre. Ser para ti voz y suspiro, la panorámica del cielo nocturno, desplegarme sobre tu ser.
Ir de tu brazo a lugares nunca vistos, y perdernos.
Que me respires.
Respirarte.
Quisiera...

Natalia.

viernes, 9 de diciembre de 2011

EL GATO


Cierta noche, tratando de atar dos cabos sueltos acerca de un pasado no muy lejano, me encontré con que el inicio de ambos cabos era el mismo. Entonces los até, los até bien firme, para que no se soltaran, y poder jugar con la cuerdita de vez en cuando. A veces cortarla con tijera, así doliera un poco, para, estúpidamente, volver a atar los cabos, en orden o desorden. Así es que la cuerdita formaba una circunferencia, llena de nudos, unos gruesos, otros casi no se notaban.

Era la misma operación, noche tras noche. Hasta que una de esas noches me dio muchísimo sueño, temprano. Apagué la luz, y me olvidé de la cuerdita. Ahí quedó, tragando polvo en algún rincón de no sé dónde, para mi fortuna. Ya no tenía que jugar a armar y desarmar, a atar cabos sueltos, porque el gato del tejado se las había arreglado para entrar en la habitación (habré dejado la ventana abierta), y se llevó mi cuerdita. Eso me contó la almohada, ella vio todo. Entré en pánico, ya no tenía nada que atar, ni cortar, ni volver a atar. Era el fin de una era, el fin de toda esperanza, como dice una canción. 

Sobreviví al pánico, dedicada a leer cuentos de mis amigos. Hasta que, noches después, el gato ladrón se posó en el quicio de mi ventana. Al principio cuando llegó, me miró con esos ojos profundos que encerraban universos, y yo me asusté un poco cuando vi que mi cuerdita le colgaba del cuello, como un collar de diseñador. A decir verdad, le quedaba muy bonita, con sus nudos irregulares, las manchas de suciedad, y ese toque urbano que puede tener cualquier artefacto sacado de habitación de hippie tardío. Me quedé mirándolo largo rato, con deseos de recuperar lo que me había robado.

Pero no, no era justo. Al gato le quedaba muy bien el collar, porque ya no era cuerdita, ¡ahora era collar! Tenía más estilo colgada del cuello de este hermoso y ladrón dueño, finalmente, yo sólo la quería para no dormir, cortarla y atarla de nuevo. Sus ojos me miraban, mientras relamía sus patas manchadas de negro. Y él me acompaña cada tarde cuando cae el sol en mi ventana.

Tormentas


Una catarata se desprende de su boca.
El río había apenas vertido el alarido
que vio nacer una desgracia
desde su negro y profundo cause.

Cuando el cielo raudo se cierra en sí
relámpagos de olvido cobijan las horas inciertas.
Lamentos se pierden en la tormenta
del bajo vientre de la tierra.

Nos estremecemos
ante la cruda imagen de nuestro inicio.
Nuestra madre tiembla, triste nos reclama
la ausencia, el maltrato y el olvido.

Las nubes son párpados
que se cierran ante la luz de una esperanza.

martes, 6 de diciembre de 2011

ATARDECERES

Quiero hacer un viaje. Ir a nadar en el mar, acompañada de alguien que tenga una estatura mayor a la mía. Quiero ir a ver peces de colores, morenas, algas y corales, rocas resbalosas, abismos oscuros, pedacitos de coral diseminados en la arena, y caracoles ermitaños de muchos tamaños..
Yo me quedo despierta hasta tan tarde pensando en esto, casi siempre. Y a mi alrededor todo es silencio, la noche calla. Cuando no es una imperiosa e ineludible necesidad de pensar en mis impulsos vitales, es esto. Ir a nadar en esa playa. Y así se van mis noches, luchando contra los impulsos más terrenales, más incipientes, ordinarios y básicos.
Necesito recostarme sobre el agua, con los oídos sumergidos en azules, para no escuchar más que las olas y las voces acuáticas abajo de mí. Abrir bien los ojos y ver el cielo claro, sin nubes, sin estrellas. Sentir la piel salada, arenosa y algo quemada. Que las olas me arrastren un poco y pierda la noción del tiempo, porque el tiempo además de relativo, será flotante, y marítimo se evaporará.


Sí, eso quiero, perderme, ahogar mis penas, mis angustias y mis pensamientos más leves. Dejar que mis cabellos se salifiquen, uno a uno, y se contorsionen en ese húmedo vaivén de naturalezas, de voces huracanadas. Que mis curvas se sumerjan, se lubriquen de brillante rocío cristalino, y naufraguen en trozos muy pequeños. Y tomarle la mano en algún momento inesperado, sorpresivo, cuando todo esto ya sea demasiado real.


Cada noche cuando por fin me voy a dormir, pienso en esos paisajes: una colina, desértica, y al fondo del precipicio las olas que golpean en la roca. La redondez del mundo desde la cumbre de la montaña, la brisa tibia del océano, y un atardecer rojo, anaranjado. El sol cayendo más allá de nuestros párpados, más abajo de toda la tierra.




No, no son cuentos de hadas, son cuentos de peces, de montañas, de playa y atardeceres.  Son cuentos de verdad.




Natalia Duque