¡Bienvenido!

"Siente el océano de sombras, escucha las melodías del viento, y deja que el arrullo de las estrellas te envuelva con su manto de misterio."

viernes, 3 de enero de 2014

Introspección

He amado a muchas personas pero hasta ahora me di cuenta que las amo, siguen en mi, ellas no lo saben, lo sé yo, y es lo que importa, el amor es algo interno que con suerte se esparcirá sobre el mundo, sobre otros, pero la plena satisfacción es individual. El amor existe cuando se conoce al objeto amado pero después de ese momento prevalecerá incluso por encima de la existencia del mismo objeto. Así que el objeto no importa sino la conexión neuronal que se ha creado a partir del impacto que fue conocerle, y eso es lo que importa. Pero más allá de sinapsis, lo que me parece bonito del tema es su descubrimiento, la conjunción entre lo racional y lo irracional. 

Amar como "liberación": Fui feliz cuando no te tuve. Cuando abrí los ojos y no te vi a mi lado. Fue entonces que abrí los ojos, los del alma, y supe que siempre estarías en mi. Entendí que lo importante no es tener sino amar; amar sin medida, sin tiempo ni espacio, sin márgenes de error, sin excusas, sin horarios, e incluso sin que lo sepas. Amar, amar por amar.

Hace años una persona que amé me preguntó si yo creía que el amor era la fuerza que movía al mundo, yo contesté que probablemente sí porque aún no estaba muy segura si lo era o no. En ese entonces pensaba que no era sólo el amor lo que movía al mundo. Entiéndase "mover al mundo" no como la fuerza física que impulsa a la tierra en un movimiento rotatorio sino como el espíritu común a toda la humanidad, aquello que nos hace funcionales en sociedad. Regresando al tema, yo creía que lo que movía al mundo era una dualidad entre amor y su opuesto, que hasta la fecha, debo confesar, no sé con certeza si el amor en realidad tiene un opuesto porque actualmente el amor es un "todo". 

Y hoy, me levanté pensando que debe haber una manera de liberación, en nuestro corpóreo estado como seres mortales, aún más sublime que el amor: la liberación de todo sentimiento.

Finalmente, creo que debo ir a meditar.

miércoles, 13 de noviembre de 2013

A propósito de mis desventuras...

Pensaba en algo. Tal vez el truco de la felicidad es no saber que lo eres y no pensar en ello. Entonces eso me llevó a pensar que estoy jodida y que probablemente vaya a seguir igual de jodida o peor, y todo gracias a un par de hábitos: pensar, pensar demasiado y escribir, no tanto, pero escribir a fin de cuentas.
¿Qué me saldría como resultado si llevo la taza del chocolate vacía para hacerme acreedora de una lectura de taza del chocolate? Probablemente (supongamos) que soy una paranóica, esquizoide y ciclotímica que sueña demasiado despierta y que es incapaz de dormir "otros cinco minuticos".
¿Qué pasa conmigo?.. olvido ir a trabajar a la hora que es, y no terminé dos libros que empecé, porque en algún punto mi cerebro decidió que tenía cosas "mejores" en las que enfocarse. ¡Maldita sea! Lo peor es que me siento incapaz, además, de retomar la lectura.. es que no me da la gana, ni de pensar en la remota posibilidad de volver a tener aquéllos libros en mis manos.
Entonces comencé a escuchar la discografía de Radiohead, sin parar.. bueno, paré para ir a fumar un cigarrillo, pero luego sentí cierta dependencia a la música y regresé, y me pasé todo el día frente a la pantalla de la laptop esperando que la música hiciera algo por mi. Hoy no puedo olvidar ir al trabajo. Hoy no.

Es más, el otro día, por alguno de los extraños motivos por los cuales estoy jodida, me serví una taza de café y luego iba a meter el vaso de la cafetera en la nevera. Entonces pensé con risa: "¿Podré estar tan jodida?" Pues vaya que la respuesta fue.... no sé cuál fue la respuesta, ha de ser por eso que estoy escribiendo, y ahora que lo pienso estoy escribiendo por eso, porque creo estar muy, pero que muy jodida (pues para estar en estas es que, o en serio lo estoy, o en serio lo estoy).


En alguna parte de mi cabeza debe haber un hombrecillo azul que se dedica a desordenar mis hábitos del sueño, entonces todos esos cinco minutos de más que nunca puedo dormir se acumulan para esos momentos en que no se supone que deba dormir. Ha de existir un mecanismo... Seeee, seguro existe, que convierte esos minutos (horas en su suma) de sueño frustrado en "ensoñaciones" y por culpa del maldito hombrecillo es que se me joden los días con tan particular frecuencia.


Lo bueno es que todavía conservo mi sentido del humor. Es un poco afilado, con tonalidades oscuras, muy oscuras, y con tendencia a la autocrítica y a la sátira de situaciones no convencionales (cruel, para otros). Si es que esto se puede contar como bueno, todavía no he salido desnuda a la calle. Todavía no he vomitado en la casa de mis amigos. Todavía no he matado a nadie ni a propósito ni por accidente. Todavía no creo que no podría ser peor, porque de seguro podría ser peor.  

Mmmmmmm.... ¡MOMENTO! 

El hombrecillo azul (¡OH! ¡EXISTE!) acaba de salir por una de mis orejas y por el rabo del ojo lo vi. Me ha hablado. Me ha dicho que... ¡DEJE DE SER TAN MARICA!
¡Uf! Ha sido un descanso, ahora tengo a quién reprocharle mis desventuras.

martes, 22 de octubre de 2013

La arena en el reloj

La ciudad se alza sobre el horizonte, fría y gris, con un manto de algodón dulce encima de sus rascacielos, algodón dulce de lluvia ácida. Los autos van y vienen, de prisa en cuanto pueden, atascados unos tras otros. Las multitudes aceleradas cruzan por los semáforos con afán y con un ansia, como si la vida se fuera a desvanecer justo allí. Cada paso es un ensayo para no errar el siguiente, pero todos son ensayos fallidos y la asertación no es más que una ilusión, como cuando uno camina sin mirar sus pies, sin saber en dónde pisa. El pavimento se convierte en una tumba de esos pasos; el cadáver del tiempo enterrado bajo los escombros de la memoria. Ya no hay atardecer, se ha perdido tras los edificios, tras el concreto que nos separa unos a otros. Por eso veo el horizonte y su alterada silueta, llena de vacíos, de espacios negros, de ventanas, para no pensar demasiado en el paso a paso, en el segundo y sus milésimas. Corremos tras el siguiente segundo sin pensar que, algún día ése segundo será la extinción del oxígeno y retornaremos a lo que siempre fuimos: la arena del reloj que baja incontables veces. 




Natalia D.

martes, 3 de septiembre de 2013

Amar. Té.

"Es la hora del té", dije. Y él sonrió. Eran las cinco y todo era perfecto. La luz, la música, y hasta el mantel en la mesa. El té caliente va bien con galletitas de dulce o de sal. Yo prefiero las de dulce, y que el mantel sea blanco con flores, porque me siento como en casa.
Encuentro fascinante ver sus ojos a través del vapor, se incrustan en la esquina nor-oriental de mi tranquilidad y me la transforma en uno de esos puntos donde desaparecen las cosas. Algo así como un triángulo de las bermudas. El mantel se llena de boronitas que yo quito con cuidado para que siga siendo impecable. La manera en la que levanta la taza y la vuelve a poner sobre el plato: pausada, con algo de dulzura e inquietud. Me mira y vuelve a sonreír. Mi taza está vacía, y parece que también la de él, porque la ha puesto a un lado y no me ha quitado la mirada de encima.
"Es la hora del te", me dijo. "Pero, acabamos de..." apenas yo comprendía y me interrumpe: "No, no es un té agudo, es grave, porque es el que sigue a Amar. Vamos a AmarTe."
Todo era perfecto, la luz apagada, la música, las cortinas oscuras y las sábanas de la cama.

:-)

jueves, 1 de agosto de 2013

¡De acuerdo!  Ya sé que soy todo lo que has escuchado que dicen de mí. Sí, soy algo neurótica cuando ya no hay café, cuando se priva a mis pulmones del smog y los cigarros. También reconozco que soy un poco altiva cuando alguien se mete a opinar sobre el color de mis zapatos, que si son negros, rojos, verdes o blancos. A mí me gusta la cafeína, la necesito a diario para despertarme del letargo en el que vivo a voluntad. Y el smog de la ciudad me hace pensar que no estoy sola, que entre toda la multitud que maneja esas estúpidas máquinas con ruedas, debe haber alguien pensando que tampoco está solo, y eso me consuela. Y en cuanto a los zapatos, me gustan cómodos, sin tacones ni cosas que me hagan parecer más grande de lo que realmente soy, y si son planos y de colorines, mucho mejor. Y si yo puedo vivir con todo eso, al mundo no debería afectarle. Desde mi perspectiva, un poco por debajo del promedio (hablo de mi estatura), veo la misma mierda que ven los demás. Veo las mismas calles, los mismos edificios, los mismos semáforos en rojo, naranja, verde. 

A si, en algún punto hablé de los cigarros. Me gusta pensar que es una mala costumbre de esas que se heredan, pero la verdad es que me hace feliz, tan feliz que ya he dejado de buscar explicación y simplemente lo disfruto, a veces con el café, a veces sólo. Probablemente las cosas que más felices nos hacen son las que más rápido nos matan...

Y sé que muchas veces he deseado tener cosas, cosas estúpidas, desde la misma perspectiva que el resto del mundo. Pero hace menos de una semana escuché un discurso de alguien que fue famoso y ya murió, y desde entonces un pensamiento ha quedado en mi mente: "Tener menos es tener más, finalmente las personas no poseen cosas sino que terminan las cosas poseyendo a las personas (...)"
Confieso que ya no quiero tantas cosas desde ese día. Sigo con inmensos deseos de viajar, de aprender otros idiomas y de nunca tener hijos porque no los necesito. También quiero un gato, y alguien a quién poder mirar a los ojos y sonreír, y pensar que todo estará bien, así el maldito mundo se nos venga encima. Pero comprar un carro o tener ropa de marca, no está entre mis prioridades. Prefiero comerme un helado así me engorde, prefiero irme de fiesta y bailar hasta no sentir las piernas, o hacer paracaidismo, parapenting, o alguno de esos deportes que dicen que son de alto riesgo. Aunque, me parece más riesgoso conducir un sábado al medio día en está ciudad atestada de imbéciles con afán. Por eso no quiero un carro. Prefiero la plata para ir a viajar, ir a Santa Marta, comer pescado y arroz con coco, y regresar.


También reconozco que dije algún día que odiaba a los gatos. Ya no los odio, a veces me caen mal sus dueños, o simplemente me incomoda tanto pelo si llevo un suéter oscuro. Pero no es culpa del gato, es mía por vestir de esta manera. Amo a los gatos, y me gustaría tener uno para mimarlo, espicharlo y hacer un caldito. Bueno, tal vez no haga un caldito pero si lo espicharía. 

No soporto el olor del coliflor. No me gustan los pimentones pero me los como, y en los últimos años he desarrollado cierta adicción al chocolate que usualmente no menciono, pero es necesario que lo sepas por si un día me quieres sorprender (me gusta más el blanco, y el francés es delicioso). 

Reconozco que he dicho mentiras, que he engañado y ha sido con propósitos egoístas. No me arrepiento, pero no me gustaría tener que volverlo a hacer. Así de cínico como suena, pero es la verdad. También admito que soy malgeniada. Me molesta que me digan qué tengo que hacer y cómo lo tengo que hacer, me molesta la impuntualidad, la gente que no se baña y huele mal, me molestan muchas cosas así que una lista sería demasiado larga. Pero entre las cosas que más me molestan hay una que se gana el premio mayor y esa es la gente que dice que va a hacer y resulta no haciendo. Siempre me pregunto ¿por qué carajos no se van a un potrero y se pegan un tiro en la sien?  

Es cierto. Debería asistir a terapia para el manejo de la ira, y decirle al psicólogo (o psiquiatra) que necesito que me recete algo para no deprimirme cuando hace mal día, o cuando se me acaba el chocolate, el frío, la cafeína, los cigarros, el smog, los semáforos y la sonrisa.

Natalia.

viernes, 12 de julio de 2013

LA POLILLA


Siempre ocurre que, de la nada sale así, de repente, como asustada, como con ganas de devorarse la luz que persigue. Y vuela, da vueltas, revoloteando con sus enormes o diminutas alas polvorientas alrededor del foco pegado del techo. Yo me estremezco y brinco del susto. Si estoy en la cama me arropo por completo y tiemblo. Si no, me acurruco en el suelo e intento no gritar, cubriendo mi cabeza con mis brazos como si se tratase de una catástrofe natural.
No estoy segura de qué es lo que temo. He llegado a pensar que no es porque tenga el cuerpo cubierto de polvo, tampoco porque tenga alas. Es más como el sonido que produce al volar, algo así como un parloteo, una cháchara que no logro descifrar porque no está hecha de palabras. También he pensado que puede ser su color opaco, gris, negro, o marrón. O tal vez, la forma como vuela. Frenética, sin descanso. Es que se escabulle y se camufla con tanta facilidad, y me desespera no encontrarla, porque me produce la sensación de que cuando vaya a dormir, con la cabeza destapada, se me va a meter entre una oreja.
Ese sonido es más similar a mi voz interior. Y vuela ágilmente, así como mis pensamientos, se escapa, se pierde en quién sabe dónde. No verla me da esa ansiedad que da cuando a uno se le olvida algo y quiere pero no puede recordar. Ese color se asemeja mucho al color de ojos de aquellas personas que he amado, y que me han hecho daño. Esas patas se ven tan frágiles, tan fáciles de ser destrozadas.
La otra noche apareció. Salió de su escondite y se volvió a esconder luego de un rato. Así pasó durante cuatro noches consecutivas. Luego no volvió a salir. Creo que se dio cuenta de que la quiero muerta.
Creo que finalmente, no le temo a ella. Le temo más a la proyección de mis miedos en un ser tan pequeño, tan insignificante. Necesito mis miedos vivos, oscuros, polvorientos y frágiles, para poder ir a dormir.

miércoles, 3 de julio de 2013

LO SÉ!

Lo sé...


Dejarás que los lunares en mi espalda te cuenten una historia llena de frases sin finales, que se convierten en suspiro. Y verás las ondas en mi pecho convertirse en el vaivén de las olas que traerán tu navío al naufragio. El torbellino de nuestras piernas será tormenta para tus noches de insomnio, mientras mi pelo en cataratas te hunda en la espesa bruma del deseo. Mis brazos como espuma de salobres aguas te traerán cerca a la orilla del sueño, y en la arena de la orilla, al final, dirás “te quiero”.