Cierta
noche, tratando de atar dos cabos sueltos acerca de un pasado no muy lejano, me
encontré con que el inicio de ambos cabos era el mismo. Entonces los até, los
até bien firme, para que no se soltaran, y poder jugar con la cuerdita de vez
en cuando. A veces cortarla con tijera, así doliera un poco, para,
estúpidamente, volver a atar los cabos, en orden o desorden. Así es que la
cuerdita formaba una circunferencia, llena de nudos, unos gruesos, otros casi
no se notaban.
Era
la misma operación, noche tras noche. Hasta que una de esas noches me dio
muchísimo sueño, temprano. Apagué la luz, y me olvidé de la cuerdita. Ahí
quedó, tragando polvo en algún rincón de no sé dónde, para mi fortuna. Ya no
tenía que jugar a armar y desarmar, a atar cabos sueltos, porque el gato del
tejado se las había arreglado para entrar en la habitación (habré dejado la
ventana abierta), y se llevó mi cuerdita. Eso me contó la almohada, ella vio
todo. Entré
en pánico, ya no tenía nada que atar, ni cortar, ni volver a atar. Era el fin
de una era, el fin de toda esperanza,
como dice una canción.
Sobreviví al pánico, dedicada a leer cuentos de mis
amigos. Hasta que, noches después, el gato ladrón se posó en el quicio de mi
ventana. Al principio cuando llegó, me miró con esos ojos profundos que
encerraban universos, y yo me asusté un poco cuando vi que mi cuerdita le
colgaba del cuello, como un collar de diseñador. A decir verdad, le quedaba muy
bonita, con sus nudos irregulares, las manchas de suciedad, y ese toque urbano
que puede tener cualquier artefacto sacado de habitación de hippie tardío. Me
quedé mirándolo largo rato, con deseos de recuperar lo que me había robado.
2 comentarios:
dificil desatar , volver a atar-
por eso regalé la cuerdita :-)
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