Es muy frío este cuarto, muy oscuro. Intento en vano
encontrar en el aire la cuerda del interruptor de la luz. Tropiezo repetidas
veces con varios muebles, mis ojos no se adaptan a los minúsculos fotones,
acabo de entrar a la sala y me siento algo desorientada. ¡Al fin!... pero… ¡mierda! No sirve, el bombillo se debe
haber fundido. Doy tumbos por la sala hasta encontrar el largo pasillo. Cuando
voy saliendo de la sala, caminando un poco a prisa por el frío tan brutal, algo
en el piso me hace resbalar y caerme de culo. ¡Malditos niñitos! Dejan el
desorden, ¡¡¡no saben ni comer!!! Mañana lo limpiaré, qué desastre debe ser esto
con luz… hasta huele raro. Mi estómago ahora está descompuesto, ¡como para
acabarla!
Tocando la pared me abro paso hasta el patio, oscuro también,
donde está mi habitación. Es una casa grande, de una planta, compartida, pero
hoy no hay nadie. La señora Cecilia se iba con su par de engendros al paseo
anual de fin de año. Donde quiera que estén, deben estar mejor que aquí. A
decir verdad, me agrada esta soledad, lo que no me gusta mucho es que ni el
bombillo de mi habitación funcione. ¡Puf! Nada que hacer, sin luz en
esta jodida casa, mejor me acuesto a dormir, además, ya son las 11. Me desnudo, y me echo encima una cobija,
hasta aquí llegó mi noche.
Doy vueltas en la cama, ninguna posición es lo
suficientemente placentera, me duele horriblemente la espalda, ha sido un día
duro. El trabajo, la universidad, mi maldita jefe que no sirve para nada…
mientras intento dormir tengo fantasías asesinas, pero esos pensamientos pronto
se disipan, porque luego está este tipo que me encanta del trabajo, tiene unos
labios tan provocativos, y el trasero ni se diga, que nalgas tan ri… Ah?
Momento. La casa está sola, pero escucho ruido en la habitación de al
lado. De un brinco quedo sentada. Si son ladrones, lo mejor que puedo hacer es
esconderme, si… debajo de la cama… no, no quepo… !TOC TOC TOC¡ !Mierda¡ Golpean mi puerta…
empiezo a sudar frío, todo mi cuerpo tiembla y me quedo inmóvil, sentada, al
borde de la cama, como si una pinche puerta me fuera a proteger de los ladrones
asesinos que deben estar esperando a que yo abra. ¡Joder! Veo sombras por la
ventana de mi habitación. Ya no lo soporto, tengo que pararme a mirar. Maldita
sea, cómo no me di cuenta, cómo no revisé la casa con una linterna o algo, debo
estar loca, ¡tostada! Me pongo la levantadora.
Tomo el primer tacón puntilla que encuentro bajo la cama, tanteando con
el brazo extendido y con la vista fija en la ventana, y me digo a mí misma: “¡Con
esto le saco los ojos al hijueputa que esté ahí afuera!”
Salgo de la habitación, sin hacer ruido, con los pies descalzos, y tan pronto
como toco el piso afuera de mi habitación, siento que camino sobre un charco
espeso. Me asqueo, a punto de vomitar me derribo en la pared, tomo aire y
regreso al objetivo. Miro con desespero para todos lados pero lo único que
logro ver es oscuridad, tinieblas a mi alrededor. Siento pasos detrás de mí, en
el pasillo. Mi ritmo cardíaco está acelerado, siento hormigueo en las manos, y mi respiración es entrecortada. Intento contenerla, pero no puedo. Siento respiraciones en mi
nuca, parecen varias, volteo desesperadamente pero no logro ver nada, no logro
distinguir figuras, doy vueltas en el patio, toco las paredes, siento este
charco bajo mis pies todo el tiempo, y creo volverme loca dando gritos
apagados, esos gritos mudos que expiran antes de brotar de la boca…. Todo me da vueltas, esto parece un sueño…
Corro hasta la puerta, tocando las paredes, intentando no
caerme. La pared está pegajosa, y hay un aroma a podredumbre en el ambiente. En
medio de este estado, sé que debo buscar ayuda. Pero ya es muy tarde, me siento
desvanecer…
Es Sábado, son las 6:30 am. Abro los ojos. Estoy tirada en
el suelo. Me cuesta trabajo entenderlo, me he caído y el golpe en mi cabeza me
ha dejado una costra de sangre seca, que duele mucho. La luz es tenue, apenas
amanece. Miro a mi alrededor, estoy en la sala, justo frente a la puerta de la
entrada. Lo primero que puedo ver con claridad es el chismoso que cuelga del
techo, el que hace mucho ruido cuando se abre la puerta. Está intacto, parece
una escultura colgante. Me levanto, con
mucho mareo. Cuando doy vuelta atrás, la realidad se transforma. Las paredes,
el piso, todo está cubierto de litros de sangre. Me sobresalto y voy en
reversa, inconsciente de lo que pudo haber pasado allí. Tanta sangre no viene
de mi cuerpo, estoy bien, tan solo un golpe en la cabeza. Y, ¿los ladrones? ¿qué ocurrió?
El rastro de sangre es
denso, y se dirige por todo el pasillo hasta la habitación contigua a la mía en
el patio. Debo descubrir qué hay allí. Mis manos están sucias de carmesí, como
si con ellas… ¡no! Esto debe ser una mala broma de los
escuincles. Me dirijo al cuarto del
fondo, con mucho temor, temblando, con los pies descalzos tratando de no
untarme más. El asco me hace vomitar.
La puerta está abierta. Es la alcoba de Cecilia, la dueña de
la casa. Ellos estaban de viaje. La realidad de lo que mis ojos, atónitos, ven,
es escalofriante. Un cuarto lleno de sangre hasta en el techo. Dos niños de 10
años diseminados, por partes, en toda la habitación. Cecilia, decapitada, su
cuerpo sobre la cama King size, y su cabeza sobre el armario, con los ojos
azules abiertos. Mis manos ensangrentadas cubren mis ojos llenos del mar. Lo
único cierto es que, ellos no se fueron de vacaciones, y yo, tal vez había
compartido demasiado tiempo con aquella familia. La casa, finalmente, no era
tan grande como yo creía.
Natalia Duque.