En medio del calor de verano, una brisa helada entra de cuando en vez para acompañar este silencio, este simple silencio. El otoño está en la puerta. La gata maúlla (en inglés, por supuesto) y entonces empezamos a conversar. Ella me cuenta lo mucho que le gusta el color de los árboles en otoño, pero que le da tristeza que las hojas caigan, al principio, una a una, y luego todas al tiempo, como si estuviesen desesperadas por aterrizar en un piso húmedo y frío que, en breve será no menos que una tumba.
Bueno, no es tan trágico, le digo. Me parece a mí más trágico pensar en el invierno, todo blanco, todo frío, todo helado. Es casi casi, como si el tiempo tratase de congelar la hermosura de éste mundo, pero no hay remedio para ciertos males... el tiempo se auto destruye, un segundo se devora al siguiente, y cuando el siguiente se ha devorado al último, el primer segundo ya pasó a la historia, y se volvió eternidad, y ya nunca nadie recordará, ni al primero ni al último, porque todos los segundos son primeros y son últimos... Y es triste, así de sencillo, no porque yo lo piense, (yo soy muy feliz...) es porque ese copito blanco y frío e insípido que cayó en algún lugar, entre muchos otros, no significa nada, no tiene ni espacio propio, ni nombre... nunca nadie lo va a tener por especial. En cambio la primavera.. la primavera es... Pues Primavera! Florecitas, pajaritos, bichitos aquí y allá JA JA! Todo es verdesito... dándole lugar a la renovación, a la fertilidad de una tierra antes cubierta por el hielo. Pero, poco a poco le dará lugar a ese calor abrasador que, en este preciso instante tiene mi pelo enmarañado y algo húmeda la piel.
¿Alguna vez has visto los ojos de un gato posarse en tu mirada fijamente? Bueno... ellos te hablarán.
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