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"Siente el océano de sombras, escucha las melodías del viento, y deja que el arrullo de las estrellas te envuelva con su manto de misterio."

lunes, 26 de diciembre de 2011

Cerrar los ojos (otros ojos)

Segunda parte por Nikolai Ortiz. 




Persecuciones, masacres, muerte, abismos, perros negros con ojos rojos, y ese tipo de cosas, era lo que siempre me aguardaba a la hora de ir a dormir. Hasta que un día, saliendo de la casa de un amigo, entré a la tienda de la esquina a comprar un jugo y rendirme nuevamente a la tentación del tabaco en un cigarro, quizás barato, para irme luego a casa a dormir. Me topé con esta niña algo extraña, quien me tocó el hombro para indicarme que me le adelanté en la fila para pagar en la caja. Tenía esa piel tan suave y esa sonrisa tierna que me recordó, de alguna forma, la extraña inocencia que no veía hace tiempo en esta gris y pasada por agua ciudad. No pude evitar sonreírle y dejar que pasara primero, invitándola con un gesto amable que luego me provocaría algo de vergüenza al recordar.

Me dirigí a una estación a esperar que me llevara junto a mis sueños y ese recuerdo a mi casa. Al llegar encendí el cigarro y destapé el jugo, el humo me sumergió en una niebla gris que lentamente me envolvió en un sopor enorme. Apagué el cigarro en donde pude y me dejé caer en el sueño de esa noche sin haber terminado el jugo, que se derramó en el suelo líquido de mis sueños.

Allí estaba en esa calle gris una vez más, bajo esa extraña lluvia, el frío me hacía tiritar y solo podía caminar sin un destino. En lo lejos pude divisar ese prado que se perdía en unas hermosas colinas de distintos colores. Me sentí atrapado en un cuadro de Monet mientras corría en busca de esa hermosa visión, y la vi en ella, la chica distante de esa tienda creando ese paisaje, tan hermosa y, no sé porqué pero grité – Verónica, ¡Verónica! – al cruzar el límite de mi ciudad gris y su fresco prado, mi cuerpo estaba seco lleno de un calor abrigador, mi ropa era blanca y fresca, me acerqué a ella –Verónica, por fin –


Me desperté esa mañana con ese sueño envolviendo mi mente, me arreglé tan rápido como pude y marché de prisa al lugar donde la había visto. Tomé de nuevo el bus para que me llevara, a mí y a mis deseos; me bajé en la parada, respiré profundo, me senté un instante, cerré los ojos y al abrirlos allí estaba ella, le sonreí de nuevo  -Te estaba esperando. He esperado por ti mucho tiempo, Verónica –.



Algún impulso nos llevo de vuelta a mi apartamento. La vi sentarse en el sofá con cierta timidez pero también llena de una curiosidad increíble. Tomé un viejo disco con la sonata Claro de luna de Beethoven, esa pieza me llena de sentimientos y me transporta a esa ciudad gris de mis sueños, quería que también me llevara al prado donde soñé con ella. Me senté a su lado y acaricié su suave rostro la miré a sus hermosos ojos y le dije -No sé cuándo es demasiado pronto para amar- Me respondió -Tal vez nunca es demasiado pronto-.

2 comentarios:

Nikolai... dijo...

;) una excelente idea la tuya ... un abrazo gigante

Natalia Duque dijo...

;-) abrazo para usted, mi ángel!