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"Siente el océano de sombras, escucha las melodías del viento, y deja que el arrullo de las estrellas te envuelva con su manto de misterio."

domingo, 25 de diciembre de 2011

Cerrar los ojos

Persecuciones, masacres, muerte, abismos, perros negros con ojos rojos, y ese tipo de cosas, era lo que siempre me aguardaba a la hora de ir a dormir. Hasta que un día, llegando a casa de la universidad, entré a la tienda de la esquina a comprar un paquete de papas fritas y un dulce para comer antes de irme a dormir en la noche. Me topé con un hombre joven, de unos treinta años, que se me adelantó en la caja para pagar antes que yo, sin haberme visto. Toqué su hombro con delicadeza, como quien no quiere herir susceptibilidades, y le dije que me permitiera que yo estaba en la fila. El hombre me miró fijamente, con un gesto tierno en su mirada, como paternal, y sin hablar, con una sonrisa, me hizo una señal con la mano para que siguiera. 

Me comí las papitas, y el dulce, lo metí en mi boca, sintiendo cómo se deshacía lentamente. Me recosté en la cama, sin zapatos, y solo me cobijé con una de las mantas, enrollada en ella y de medio lado, con la mano debajo de la cabeza. Cerré los ojos, y empecé a ver unas luces púrpuras, azules, en medio de la oscuridad tras mis párpados. Sentí una sensación agradable, mis pies estaban calientes, y mis manos también. Me fui internando en la espesura de aquellas luces.

Caminando, llegué a un punto donde las luces se habían tornado en iluminación blanca. Todo era claro, estaba en un prado inmenso. La vista hacia el frente eran unas colinas, muy verdes, en distintas tonalidades, y a mi izquierda había un bosque de abetos, enormes.
Una voz dijo mi nombre a lo lejos.  "¡Verónica! ¡Verónica!"   Volteo hacia atrás, vi alguien corriendo. Era un hombre, todo vestido de blanco. A medida que se acercaba más, mi pulso se aceleraba. No estoy segura de cuánto tiempo transcurrió en ese instante, porque empecé a ver todo en slow motion. Él repetía mi nombre y cada vez lo escuchaba más fuerte y claro.
Cuando estuvo a un par de metros:  ¡Verónica!  ¡Por fin!  Era él, con la misma sonrisa amable del día anterior.

Voy en el bus camino a casa, de nuevo. Me bajé. Tan pronto como puse los dos pies en el pavimento, lo vi. Estaba de pie, con la misma ropa que tenía en el sueño, todo de blanco. Me sonrió.  -Te estaba esperando. He esperado por ti mucho tiempo, Verónica-.
Un impulso sobrenatural me empujo hacia él. Terminamos en su apartamento.  Me senté en un sofá grande. El ambiente era herbal, allí se respiraba paz. Puso un Long Play en el tocadiscos, y sonó una canción, Claro de Luna de Beethoven, la preferida de mi padre y mía, cuando yo era muy pequeña.
Las lágrimas se desbordaron, rodando copiosamente por mis mejillas, pero en silencio. En el instante que se sentó a mi lado, y acarició mi rostro, sonrió de nuevo, y supe que era él.  Lo abracé.
Me dijo: “No sé cuándo es demasiado pronto para amar”.  Y yo:  "Tal vez nunca es demasiado pronto".


Natalia Duque.

2 comentarios:

Nikolai... dijo...

:D me gusta.. me gusta ¿tocara imaginar el resto?

Natalia Duque dijo...

Yo creo que, es mejor imaginarlo... :-) no vaya a ser que a Natalia le de envidia y decida arruinarlo todo XD